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Con peluches y cochecitos, niños migrantes sobreviven al éxodo


2018-11-14
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Página Siete

Los pequeños, que junto a sus padres han logrado llegar hasta la mexicana Guadalajara, se escapan a ratos hasta mundos fantásticos a través de sus juguetes.

AFP  / Guadalajara

Un temible dinosaurio, un osito de peluche vestido con una camiseta que dice “México”, una muñeca voladora, un camioncito viajero y crayones para dibujar los sueños sobre Estados Unidos: en la crudeza del éxodo, estos juguetes “salvan” a los niños durante la caravana migrante. 

Hambre, sed, frío, calor, extenuación, miedo, enfermedades e incertidumbre. A cada paso que dan, los migrantes centroamericanos que se aventuraron hace un mes en una caminata hacia Estados Unidos, pagan sin distinción de edad el precio de buscarse una vida lejos de la pobreza y la violencia que viven sus países. 

Pero los niños, que junto a sus padres han logrado llegar hasta la mexicana Guadalajara, se escapan a ratos hasta mundos fantásticos a través de sus juguetes. José Alesander, un hondureño flaquito de cuatro años, corre frenéticamente con la cara sucia y los pies descalzos entre miles de colchonetas que la caravana dispuso a la intemperie en su campamento de paso por Irapuato. 

Agita los brazos como hélices con unas mangueras de plástico en las manos. “¡Es un helicóptero!”, exclama con frenesí pasando ante las miradas cansadas y algo tristes de los migrantes adultos. Endri, su hermano de tres años, prefiere quedarse quieto en el mundo que creó sobre el piso terroso. 

En este universo se enfrenta un sonriente Bob Esponja contra un furioso tiranosaurio rex, mientras un cochecito de carreras esquiva una muñeca sin cabeza y un multicolor cubo de Rubik. 

“En Honduras es bastante difícil conseguir juguetes y cuando ellos se encariñan con algo no lo quieren soltar. No dejan que botemos los juegos aunque las maletas estén repletas y pesadas”, dice a la AFP Norma Ramírez, la madre de 23 años de ambos niños. 

Al verlos así “me siento bien porque no se dan cuenta de lo que está pasando”, comenta.

Los más vulnerables

Más del 25% de los que integran la caravana son niños y adolescentes, según estimaciones de la ONG Save the Children. De su lado, Unicef advierte que “los peligros de utilizar rutas migratorias irregulares siguen siendo significativos, especialmente para los niños (...) por el riesgo de explotación, violencia y abuso”. 

Aferrándose a la mano de su padre, su único acompañante, Michael Miranda, un hondureño de ocho años y grandes ojos marrones, hace una interminable fila bajo el sol para subirse a un tráiler de carga que lo lleve rumbo al norte. 

Va arrastrando con un lazo su camioncito amarillo, sobre cuyo techo ató su mochila. “¡Vamos a conocer el Empira!”, dice sonriendo, refiriéndose al rascacielos Empire State de Nueva York, donde sueña trabajar “de albañilería”. 

Según Fernando Rico,  de la Cruz Roja Irapuato, “por su condición física son más vulnerables los niños, son más sensibles a los cambios de temperatura. Un 60% tiene infección respiratoria en la caravana”. 

Brincando de un colchón a otro en el multitudinario campamento de migrantes, Génesis, una enérgica hondureña de siete años, argumenta por qué le encanta la caravana. “Nos dan jalón (autostop), nos regalan comida, ¡nos regalan de todo! Me gusta bastante y cuando camino me siento valiente”, dice. 

Extraña sus juguetes y la escuela. “A mis compañeritos les dije adiós antes de venirme y a la maestra también”, dice, planeando ya “ir a la escuela en EEUU y aprender inglés”. Yangel, de siete años, atesora su pequeño Winnie Pooh y su hermana Marilyn, de 11, abraza un osito blanco de peluche.

La   gran caravana migrante cumple un mes de camino a EEUU

Sin ánimo de festejo, la primera gran caravana migrante que salió de Honduras rumbo a Estados Unidos cumplió ayer un mes de un camino escabroso y minado de amenazas del presidente Donald Trump, aunque determinada a alcanzar el sueño americano.

 Entre fatiga, hartazgo y dolencias físicas, los más de 5.000 migrantes -en su mayoría hondureños- que persisten desde el 13 de octubre en la marcha que salió de San Pedro Sula, amanecieron en la mexicana Guadalajara tras haber recorrido más de 2.000 km, mayoritariamente a pie y con autostop en algunos tramos. 

“No celebramos absolutamente nada. ¿Cómo vamos a festejar que estamos sin casa, sin trabajo, cansados, enfermos, sin seguridad para nuestro futuro?”, dijo a la AFP Wilson Ramírez, un hondureño de 60 años mientras hacía una larguísima fila en espiral para salir del albergue y acceder a buses que lo lleven a la siguiente escala de la caravana. 

Para Rosa Santos, que viaja con sus tres hijos, la fecha pasó desapercibida. “Aquí ni nos dimos cuenta de que cumplimos un mes, solo pensamos en sobrevivir al día. Hoy no hemos ni desayunado y ya vamos a un lugar que ni sabemos cuál es, comentó, batallando para empacar las cobijas de su campamento en el auditorio Benito Juárez, un foro con capacidad para 10.000 personas. 

En su trayecto por México, la caravana llegó a sumar 7.000 integrantes según la ONU.

 

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