Reformas

Violencia y muerte en El Abra


2014-09-28
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La Razón

Nuestro régimen penitenciario tiene buen número de rasgos de “humanidad”, que al prevenir o erradicar sus “defectos” habría que tratar de no sacrificar. Uno de estos rasgos, que es menester conservar, es la posibilidad de que los y las internas no se priven de la alegría de festejar sin el consumo de drogas y alcohol.

Es pertinente aclarar que ésta no es la interpretación oficial de los hechos. El 24 de septiembre se celebró en todos los recintos penitenciarios del país el día de la persona privada de libertad. En el Centro de Orientación Femenina de Obrajes (COF) donde cumplo las funciones de psicólogo, desde hace por lo menos un mes, todas las tardes, las mujeres recluidas se distribuyen los pocos y reducidos espacios que aún quedan sin edificaciones y ensayan diversas danzas folklóricas nacionales. Hasta esa mañana cuando llegué y me sentí envuelto en un auténtico ambiente de fiesta, no había hecho consciente el hecho insoslayable de que ese día festejamos la condición de “persona privada de libertad” o dicho más crudamente “ése es el día del preso”: diablas, caporalas, wakawakas, todas perfectamente disfrazadas y muy elegantes convirtieron la cárcel en una feria medioeval.

Inmediatamente vinieron a mi memoria los luctuosos hechos en la cárcel de El Abra acaecidos hace pocas semanas y precedidos por circunstancias similares: un festejo.

¿Podía esa fiesta también derivar en tragedia? La variable distinta es solo el sexo de los protagonistas. Si bien en El Abra el número de internos es mayor (aproximadamente 500) que en el COF (cerca de 300, sin contar a los niños), la superficie que ocupa es también mayor; en consecuencia la densidad poblacional o el hacinamiento serán, en el peor de los casos, similares. El perfil criminológico debe ser seguramente muy parecido. Hay homicidas, traficantes, alcohólicas, adictas… Hace pocos días, para dar curso a los festejos, la directora del recinto ordenó una requisa sorpresa minuciosa. No se encontró ni rastros de droga ni alcohol.

De lo sucedido en Palmasola hace algo más de un año y en El Abra pocas semanas atrás, se atribuyó más a la pugna de grupos de poder que al abuso de alcohol y drogas.

Indudablemente, los varones privados de libertad deberían aprovechar la oportunidad de privarse también del uso de psicotrópicos mientras estén en prisión y probablemente dicha liberación pueda prolongarse o extenderse a su vida en libertad, pero la violencia en las prisiones no se la debe atribuir únicamente al uso ni al abuso de psicotrópicos y alcohol. Como se ha visto en Palmasola y en El Abra, ésta responde al interés de grupos de poder que bien puede llamárseles mafias.

HUMANIDAD. Al hacer un análisis de la dinámica penitenciaria boliviana es indispensable tomar en cuenta que nuestro régimen tiene un buen número de rasgos de “humanidad”, que al prevenir o erradicar sus “defectos” habría que tratar de no sacrificar. Uno de estos rasgos de humanidad que es menester conservar es, indudablemente, la posibilidad de que los y las privadas de libertad no se priven también de la alegría de festejar sin el consumo de drogas ni alcohol. Hecho que fue una realidad tangible el día de celebración en el COF-Obrajes y que bien puede constituirse en ejemplo para la sociedad de personas en libertad.

Otra de las “virtudes” de nuestro régimen penitenciario es la posibilidad irrestricta de asociarse en equipos deportivos, en fraternidades folklóricas, por afinidades religiosas y otras. Probablemente, incluso las personas que tienen orientaciones sexuales diversas encuentren en el contexto penitenciario mayor aceptación que en la sociedad de las personas libres.

Es paradójico, sin embargo, también es evidente cómo algunas diferencias étnicas, sociales y económicas dentro de las prisiones se mimetizan, se confunden, se hacen menos importantes. Es indudable que los ricos pocas veces caen en prisión, pero una vez adentro conocen lo que es el verdadero “roce social”, pues el hacinamiento hace que en los dormitorios colectivos, en los patios, en los estrechos pasillos, en las canchas, en la capilla, los olores y los humores se mezclen irremediablemente. Una experiencia breve en este régimen penitenciario puede ser, indudablemente, una experiencia aleccionadora sin igual. Una oportunidad para vivir la interculturalidad sin maquillajes. Esta miasma humana se constituye en el caldo de cultivo y en el mejor escondite de los grupos de poder y las mafias a que aludimos párrafos atrás como las responsables y beneficiarias de los hechos de violencia en las prisiones.

En más de una oportunidad se hizo eficaces trabajos de inteligencia en las prisiones y una vez identificadas las redes delincuenciales que operaban desde su interior, mediante traslados y reubicaciones oportunas se logró desarticular, por lo menos temporalmente, estas mafias, logrando así reinstaurar la paz en el sistema penitenciario, durante periodos significativos en los que aquellos rasgos de humanidad a los que me he permitido calificar como “virtudes”, tenían la oportunidad de ejercer su acción benéfica en la mayor parte de la población penitenciaria y orientarla hacia su rehabilitación y reinserción social, lo más aproximadas a lo deseable.

Cabe aquí hacer dos aclaraciones necesarias: por un lado, los regímenes penitenciarios en el mundo han estado siempre en crisis, pues no dejan de ser soluciones desesperadas que se tratan de poner al final de largas cadenas de errores y desajustes sociales y económicos que nunca son tratados con la seriedad que se merecen. Por otro lado, cabe también aclarar que la gran parte de los y las privadas de libertad en Bolivia son personas que han intentado dar solución a sus carencias materiales, operando como peones del comercio minorista de drogas ilegales. Otro porcentaje menor está constituido por personas que provienen de familias y círculos sociales disfuncionales. Con muy poca educación y que bajo el influjo del consumo exagerado del alcohol y otros psicotrópicos, cometen delitos de los que se enteran cuando ha pasado la embriaguez.

Este sector de la población puede beneficiarse de un régimen penitenciario abierto y socioeducativo. Por tal razón es indispensable conservar los rasgos humanitarios de nuestro régimen y al mismo tiempo efectuar permanentemente estrategias de inteligencia y desarticular las mafias.

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